Los miedos, la desconfianza y la inseguridad nos limitan, y no nos permiten ver que hay más allá, detrás, de la zona conocida. Quiero compartir con ustedes un cuento que leí en “Historias que hacen bien” de Daniel Colombo.
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar una altísima montaña, inició su travesía después de arduo entrenamiento. Buscaba la gloria para sí mismo, por lo que decidió subir sin compañeros.
Empezó a ascender. Pero se fue haciendo cada vez más tarde, y como no se había preparado para acampar, siguió escalando hasta que oscureció.
La noche cayó con gran pesadez sobre la montaña. Ya no podía ver absolutamente nada: las nubes habían cubierto la luna y las estrellas.
Cuando estaba subiendo por un acantilado- a pocos metros de la cima-resbaló y se desplomó por el aire, cayendo vertiginosamente al vacío.
El alpinista solo podía ver veloces manchas oscuras, con el espeluznante temor de ser succionado por la gravedad y morir.
En estos momentos de extrema angustia, pasaron por su mente todos los episodios gratos e ingratos de su vida. De repente sintió un fuerte tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca.
Y, suspendido en el aire, gritó:
-¡Ayúdame Dios mío!
Entonces una voz grave y profunda le respondió:
– ¿Qué quieres que haga?
-¡Sálvame, Dios mío!
– ¿Realmente, crees que yo te puedo salvar?
– ¡Por supuesto, Señor!
-Entonces, corta la cuerda que te sostiene.
Hubo un momento de silencio…pero luego el hombre se aferró aún más a la cuerda que lo sostenía.
Cuenta el equipo de rescate que, al día siguiente, encontraron a un alpinista, colgado, muerto, congelado, aferrando fuertemente la cuerda con sus manos… a tan sólo dos metros del suelo.
La falta de confianza en sí mismo y en las posibilidades que ofrece la vida lleva a muchas personas, a no poder alcanzar sus objetivos.
Autor del texto: Lic. Mónica Muruaga. Psicóloga y Terapeuta Corporal.
Publicado 2 de abril de 2010